Si bien Internet es una herramienta útil en muchos sentidos, también se ha convertido en un resumidero de toda forma de chisme y calumnia maliciosa. Muchos de los que usan los medios electrónicos en la actualidad parecen tener poco respeto por el daño que se puede causar a la reputación de los demás al transmitir mentiras y engaños. Lo que es especialmente perturbador acerca de este problema es que pocos hoy en día están conscientes del juicio divino que les espera a todos aquellos que causan tal destrucción mediante sus palabras (Proverbios 6:16-19, Apocalipsis 22:15). Tanto si se es cristiano o no, este tema debería hacer que todos se detengan seriamente en cuanto a su conducta, sus pensamientos, sus motivos y sus palabras escritas o tecleadas. Aunque los hombres pueden no pensar en calumniar a otro ser humano, que está hecho a la imagen de Dios (Santiago 3: 9), el Creador no comparte tal indiferencia. Un día Su justicia vendrá y todo lo que se ha dicho en secreto se dará a conocer ante Su santo tribunal (Lucas 12:2-3). Por lo tanto, Infierno de Internet se ha escrito con el fin de emitir una advertencia contemporánea y un recordatorio de esta antigua verdad:Santiago 3:6: “Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida.”Lo que Santiago establece en este pasaje es bastante serio y aleccionador. Con esto busca despertarnos de la peligrosa indiferencia que a menudo prevalece en nuestra comunicación. Por supuesto, la lengua es simplemente un vehículo de comunicación y nada más. Al final, la lengua no es el peligro principal, es el corazón humano el que tiene la oscura capacidad de desatar el infierno o, como dijo Jesús: “...del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias” (Mateo 15:19, 12:34). Es por esta razón que cada palabra que hablamos sirve a la oportunidad de considerar los motivos y pensamientos de nuestros corazones, para que también podamos contemplar la eternidad de nuestras almas.